En Humay se encuentra el fundo Montesierpe, como todos las haciendas (sus tierras) fueron entregadas a las Cooperativas Agrarias, en esta hacienda se destilava Pisco puro el cual se continuaba haciendo hasta hace poco, a la fecha parece que ya no se elabora ni se vende, sinó que las personas conocedoras de esto y haciendo uso de los materiales realizan en pocas cantidades.
LA BEATITA DE HUMAY
LUISA DE LA TORRE ROJAS
os esposos don Agustín de la Torre y doña Isabel Rojas, ambos españoles residentes en el pueblo del señor Distrito de Humay, fueron los padres de Carmen y Luisa de la Torre Rojas, hermanas mellizas; nacieron un día 21 de junio del año 1819, el mismo día les echaron el agua de socorro difiriendo el sacramento del bautismo tres meses después, celebrándose el día 24 de setiembre en la santa iglesia Parroquial de su pueblo, por el Reverendo Padre Santiago Domínguez. Fue madrina de ambas doña Mercedes Moreno, quedaron huérfanas a la edad de dos años bajo los cuidados de las tías Juanita y Panchita; a los quince años de edad dieron su primera comunión notándose en ambas hermanas gran parecido tanto físico como modales, sin embargo Luisita tenía la tez algo más clara y estatura más alta que su hermana Carmen.
Las hermanas de La Torre tenían en Humay casa propia de amplias proporciones, en ella una capilla donde veneraban al niño Jesús y a la Virgen de Guadalupe, amén de otras imágenes de su devoción, allí se postraban los que venían a la casa de las beatitas en busca de un remedio corporal o de un consuelo espiritual, allí se refugiaba más de una esposa maltratada por su esposo embriagado o celoso; los otros departamentos estaban debidamente acondicionados cada uno para sus fines, como para la enseñanza de las primeras letras, costura y bordados en bastidor, curación de enfermos y hospedería con alimentación gratuita para los viajeros que obligatoriamente pasaban por el lugar; la puerta principal abría a un corredor sembrado por enredaderas que trepaban a un huarango.
Las curaciones que hacía Luisa de la Torre, eran para ella un hábito, curaba toda clase de enfermedades tratándolas con hierbas medicinales, haciéndoles invocar a los enfermos con ella, sus oraciones al niño Jesús a quien llamaba su doctorcito anunciándoles con toda naturalidad la salud o la muerte según los designios de Dios, y se asegura que jamás falló la palabra de Luisita. Sus curaciones no tenían número ni límite, todos los días llegaban algunos enfermos y en casos graves la mandaban llamar; se llegó a extender tanto su prestigio y fama de santidad que venían de distintas partes de la república; lo hacían tanto a pie como en caballos, unos para curarse de alguna dolencia, otros atraídos por la curiosidad, para conocerla personalmente y hacerle preguntas y consultas.
Las hermanas de la Torre no tenían réditos ni chacras, sus necesidades eran tan pocas que para cubrirlas bastaban los obsequios de las personas agradecidas.
Las hermanas de La Torre tenían en Humay casa propia de amplias proporciones, en ella una capilla donde veneraban al niño Jesús y a la Virgen de Guadalupe, amén de otras imágenes de su devoción, allí se postraban los que venían a la casa de las beatitas en busca de un remedio corporal o de un consuelo espiritual, allí se refugiaba más de una esposa maltratada por su esposo embriagado o celoso; los otros departamentos estaban debidamente acondicionados cada uno para sus fines, como para la enseñanza de las primeras letras, costura y bordados en bastidor, curación de enfermos y hospedería con alimentación gratuita para los viajeros que obligatoriamente pasaban por el lugar; la puerta principal abría a un corredor sembrado por enredaderas que trepaban a un huarango.
Las curaciones que hacía Luisa de la Torre, eran para ella un hábito, curaba toda clase de enfermedades tratándolas con hierbas medicinales, haciéndoles invocar a los enfermos con ella, sus oraciones al niño Jesús a quien llamaba su doctorcito anunciándoles con toda naturalidad la salud o la muerte según los designios de Dios, y se asegura que jamás falló la palabra de Luisita. Sus curaciones no tenían número ni límite, todos los días llegaban algunos enfermos y en casos graves la mandaban llamar; se llegó a extender tanto su prestigio y fama de santidad que venían de distintas partes de la república; lo hacían tanto a pie como en caballos, unos para curarse de alguna dolencia, otros atraídos por la curiosidad, para conocerla personalmente y hacerle preguntas y consultas.
Las hermanas de la Torre no tenían réditos ni chacras, sus necesidades eran tan pocas que para cubrirlas bastaban los obsequios de las personas agradecidas.
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